Cuando iba dejando atrás mi infancia y mi adolescencia, y comenzaba a
barruntar preguntas sobre la religión cristiana que me habían
transmitido de pequeño, comenzaron a incrementarse las preguntas en mi
mente y en mi corazón de joven recién estrenado. Acudía a quienes tenía
más cercanos: sacerdotes, profesores, tal vez a mis padres… Reconozco
que mis preguntas, que eran dudas, ganas de saber, “cosas” que no veía
claras o no entendía, podían ser complicadas, rebuscadas, “raras”; puede
que traspasaran los límites de los conocimientos habituales,
imprescindibles, heredados, suficientes para llevar una vida cristiana
“normal” en un joven de mi edad. Tengo que admitir que pocas veces mis
interrogantes quedaron medianamente resueltos. Predominaba una respuesta
muy genérica: “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que te sabrán
responder”. Por supuesto, nunca me dieron los nombres de dichos
“doctores”, ni lógicamente su dirección o teléfono para poder contactar
con ellos y resolver mis demandas, a veces un tanto angustiosas. Con el
paso de los años tuve que buscarme, yo solito, la identidad y
“residencia” de aquellos misteriosos doctores que todo lo sabían y no
admitían duda alguna, nadando en el campo de las certezas teológicas.
leia mais:
Nenhum comentário:
Postar um comentário